como actuamos frente al miedo

Cómo actuar frente al miedo de los niños
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La oscuridad, el monstruo debajo de la cama o el ruido de la calle. Cualquiera de estos elementos puede ser causa del temor de un niño, que debe manejarse con amor, comprensión y prudencia.
“El miedo es una emoción innata, ya que promueve la supervivencia de la especie, así que es natural que los seres humanos los experimentemos, incluso luego de algunos meses de nacidos”, señala el psicólogo Jevrahym Castellanos, asesor psicosocial de la Fundación Momentos de Alegría.
Es decir, es una sensación que también pueden vivir los bebés y los niños cuando se ven expuestos a situaciones amenazantes o traumáticas, aunque el miedo se va transformando con el paso del tiempo y evoluciona, de acuerdo con la edad del pequeño.
Según la psicoterapeuta Nhora de la Espriella, en los infantes, el miedo más común es la ausencia de la madre. Luego, a dormir solos, a la oscuridad y a lo desconocido.
Hasta los 2 años es común que los niños experimenten miedo frente a los ruidos fuertes, a perder a sus padres por temor al abandono y a la interacción con personas o contextos extraños –explica Jevrahym–. Entre los 2 y 4 años, añade, generalmente aparece el miedo a la oscuridad y a los animales; de los 4 a los 6 años disminuye paulatinamente el temor a los extraños, pero aumenta ante la creencia de seres sobrenaturales, como brujas y monstruos, o ante posibles catástrofes.
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“A medida que el pensamiento de los niños deja de ser tan concreto, sus miedos se tornan más elaborados; por ejemplo, experimentan miedo ante la desaprobación social y al ridículo, al daño físico, a la propia muerte o la de los seres queridos, miedo por su rendimiento y desempeño académico, y por la solidez de la relación entre sus padres. Sobre los 12 años e inicio de la adolescencia, los temores se orientan más a las relaciones sociales y a su nivel de valoración personal (aspecto físico, relación con pares, con personas del sexo opuesto, etc.)”, dice el experto.
¿Cómo actuar?
En cuanto a los miedos en los primeros años, es mucho lo que pueden y deben hacer los padres. “Es importante considerar el sentimiento, no regañarlos, castigarlos ni burlarse de ellos. Mostrarles que todo esto es cuestión de confianza, acompañarlos en el momento de enfrentarlos con seguridad, actuando con serenidad y mostrándoles el lado opuesto al temor”, dice De la Espriella.
Los expertos hablan de los temores a la oscuridad, los monstruos, los ruidos, entre otros.
Se debe invitar a que el niño los enfrente, poco a poco, por medio de hechos que les permitan entender lo que sienten; ante ello, el papel de los padres y acompañantes es explicarles que pueden ser producto de la fantasía.
Estos experimentos para encarar los miedos pueden ser muy útiles en el proceso, dice Castellanos: “por ejemplo, acompañar al menor al clóset para verificar que no hay monstruos allí, cerrar con él la puerta de la casa para demostrarle que nadie va a entrar, etc.”.

Además, agrega el psicólogo, “hay que reconocer y felicitar cada avance que el niño consiga, e incluso compartir con él la manera en que cada padre enfrentó situaciones similares en su infancia. Esto ayuda a que se sienta comprendido”.
Los padres deben hablar con palabras sencillas y validar sus sensaciones y deseos. Más adelante, los temores cambiarán y el apoyo debe radicar en brindarle seguridad al adolescente.
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El miedo de los padres puede influir en sus hijos
Los adultos generalmente responden espontáneamente frente a un temor, pues es una emoción primaria o básica que difícilmente se puede controlar. Por eso, “es importante explicarles a los niños el porqué de los miedos propios, para aclararles que ellos no tienen que experimentarlos de la misma manera; aunque hay que decir que muchos de los temores que tenemos han sido aprendidos o modelados por aquellos con quienes interactuamos, sin necesidad de haber experimentado, de forma directa, una situación desagradable con dicho miedo”, señala el psicólogo Jevrahym Castellanos.
La psicoterapeuta Nhora de la Espriella aconseja que los padres expresen sus temores mediante el diálogo con otras personas, para mantenerlos en autocontrol. Y que revisen expresiones como ‘qué miedo’ o ‘me da miedo’, pues ellos son el ejemplo de sus hijos.

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